lunes, 12 de marzo de 2012

self inflicted masoquism

No creo en mi. Tampoco en los cuentos de hadas. No creo en el Papa. No creo en el destino. No creo en la gente. No creo en los amigos. No creo en la verdad. Más bien no creo en nada.
Todo es igual de frustrante y decepcionante, esta es tu vida, pasa minuto a minuto. Obsérvala ir, al instante serás polvo enterrado en la nada. Permanecerás en memorias, intangible, espíritu. Es lo único que quizás pueda quedar. Pero no es probable. No creo en nada.
Ahora respiras y al minuto te mueres. Así es, así pasa. No avisa, no tramita. No creo en las salas de espera en las que nunca dirán tu nombre. Tampoco creo en la estación de tren en la que no llegará tu transporte. Estarás en la más absoluta nada.
La vida es el transcurso de decepciones que vienen alineadas que pasan mientras tú crees que cambiará y que a todos nos llega la felicidad. El karma no existe. Puede no llegarte. Y si te llega, será artificial e irreal causada por la sensación de autosuficiencia que el dinero siembra en nosotros.
Miento, creo en una cosa. En la capacidad de cambiar. En la autosuperación y en la mejora. Creo en la maldad, sí, en la crueldad que asola nuestro planeta. Pero, no estamos solos, tan solo hay que mirar a las miles de personas dispuestas a ayudar, altruistas, buscan un mundo mejor. Personas nacidas para reconstruir en la destrucción. Para guiar en la perdición. Que dedican su vida a las injusticias, para irse a la tumba en paz. Creo que la gente puede ser buena. Creo que los niños pobres podrán sobrevivir. Creo que no estamos del todo perdidos y que tenemos una esperanza. Es nuestro As en la manga. Creo que ese As de oros basta para cambiar a la sociedad, para un mundo armónico y apolíneo.
Pero hasta que no entre en juego el As, seguiré no creyendo en nada.

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