jueves, 26 de enero de 2012

La música es el sonido de los sentimientos.

Y es quizás una canción melódica, divina composición de la felicidad. Sucesión de notas y compases marcando el ritmo de la alegría. Apolínea combinación de sonidos musicales. Cuando estoy triste, decaída, puede animarme. Me dan ganas de bailar al son de la obra. De cerrar los ojos y dejarme llevar, y dejar patente mi dicha, que todo me da igual y que nada me puede destruir. Que lo que  no me mata me hace más fuerte como bien se suele decir. Que estaré llena de cicatrices pero la belleza está en las marcas que reflejan que algo es real, que no es de plástico. Que lo importante no es lo externo, más bien la historia que haya detrás. Me hace darme cuenta de que nunca algo hecho por el ser humano pudo superar en belleza y pureza a la música. Ni lo ha hecho ni lo hará. Algo tan simple y complejo capaz de hacer sentir y transmitir sensaciones. Capaz de controlar a masas, de conmoverlas, de tocarlas con sus intangibles dedos de luz, capaz de unirlas como nada puede unir. Yo sigo pensando que, la música amansa a las fieras. La música nos hace olvidar las diferencias para compartir admiración por su majestuosidad y gentileza. 
Aprendes mucho sobre las personas, a través de las canciones que escuchen y amen. La música dirá más sobre las personas que lo que sus bocas jamás dirán. La música sabe buscar en los pilares de nuestro alma. Nos evoca recuerdos, sensaciones olvidadas, momentos perdidos.  
La música dice lo que no se puede pronunciar, pero tampoco se puede guardar.

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